La civilización mexica surge en el continente americano, concretamente en Mesoamérica, y ha sido reconocida por el poderío que ejerció. Los aztecas provenían de un sitio mítico llamado Aztlán, que se encontraba al norte de México en la zona de Aridoamérica, según la tradición popular. La razón por la que migraron y llegaron a la cuenca de México fue la de cumplir con los designios de sus dioses y la promesa de una tierra próspera y abundante, debiendo establecerse en el lugar donde vieran un águila devorando una serpiente.
Al encontrar el sitio designado, se toparon con otra civilización: los tepanecas, por lo que solicitaron permiso al señorío de Azcapotzalco, gobernado por Tezozómoc, para asentarse en una tierra poco productiva. Así se fundó el incipiente reino de México-Tenochtitlan en el 1325 d.C., con la designación del primer tlatoani, dando pie a la monarquía Tenochca, dejando el nombre de aztecas para adoptar el de mexicas.

Para el mismo año, Europa ya había experimentado los estragos del auge y caída del Imperio Romano de Occidente, así como el surgimiento de los diversos reinos que fueron el preludio de los diversos estados europeos que conocemos hoy día. Éstos tenían una forma de gobierno muy similar a las monarquías de América, se componían de un ente único rector del Estado llamado “rey”.
Sin duda, el asedio constante de la visión occidental de un rey que usa corona nubla la visión y hace pensar que los glamourosos reinos europeos eran el epítome de la civilización humana, cuyos gobernantes se rodeaban de lujos y fastuosidades, auxiliados de pomposos consejeros para la administración del reino, lo cual, en esencia, no dista mucho de la forma de gobierno de México-Tenochtitlan (sólo excepto, tal vez, en cuanto a la higiene).

El tlatoani, cuyo significado en náhuatl es “orador”, era el gobernante de los mexicas, su poder era absoluto y decidía sobre las diversas situaciones políticas, religiosas y militares; el cargo que desempeñaba era vitalicio y su designación era a través de un consejo de jefes de calpullis, es decir, los barrios.
Si se analizan las responsabilidades de los monarcas europeos, prácticamente eran las mismas que las de los mexicas. Existen diversas razones por las que probablemente no se consideró a éstos como reyes, quizá debido su politeísmo, a la creencia europea de que Dios era quien designaba al rey (derecho divino), y al hecho que no existía una reina, sino que el tlatoani vivía rodeado de concubinas, etc.
Similar a los romanos, los mexicas en un comienzo servían a un reino superior al cual tributaban y pagaban con mercancías reconociendo así su sometimiento. No fue sino hasta que la formación de la Triple Alianza (México-Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopán), dirigida por los mexicas en contra de los tepanecas de Azcapotzalco (obteniendo la victoria definitiva sobre ellos), y la dominación de los señoríos dependientes de los mismos en 1428 d.C., dieron pie al nacimiento del Imperio Mexica, cuya única cabeza seguía siendo el Huey tlatoani, o Gran Orador, Acamapichtli, “el que empuña la vara de caña”.

Como todo imperio en expansión, las conquistas no se hicieron esperar con campañas en busca de imponerse sobre provincias que tributaran diversos recursos y proveyeran de esclavos sometiéndolos bajo su influencia. Es decir, su forma de gobierno pasó de la monarquía al imperio gracias a las conquistas. En esencia, ambas formas poseen la misma administración, siendo la sumisión de los territorios que rinden tributo a la potencia conquistadora su única diferencia.
Es el mismo caso de las potencias europeas que buscaban abastecerse de recursos en el África, pero, sobre todo, de esclavos para servidumbre o mano de obra para la infraestructura pública. El caso mexica no difiere, ya que la búsqueda de conquista de territorios para incrementar el poderío, la obtención de recursos y esclavos dominando a otros pueblos, es lo que llevaron a cabo imperios como el británico, el napoleónico, el ruso, etc. Éstos no fueron los únicos, pues en Asia y África también surgieron imperios, tal y como en América.
El hecho de que todavía nos enseñen una visión más eurocéntrica sobre la magnificencia de los imperios arriba mencionados, no debe implicar una desvalorización del gran poderío que el imperio mexica (y otras potencias conquistadoras de este lado del mundo, como los incas) ejerció en estas tierras, ni tampoco su alcance e influencia.